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ISSN 1989-4163

NUMERO 68 - DICIEMBRE 2015

Uno, Dos, Tres, Cuatro

Paco Piquer

 

     

            Resultaba un juego fácil.  Un divertimento con el que entretener las largas horas en que, por sus continuos viajes, pasaba en las salas de espera de los aeropuertos. Se sentaba cerca de cualquier persona elegida al azar y que, como él, aguardaban la salida del avión. Tan cerca como le permitiese observar los detalles de su vestimenta, accesorios, el equipaje de mano que pudiese llevar consigo y, con estos ingredientes, confeccionar un imaginario retrato robot de dicha persona. Los teléfonos móviles le permitían en ocasiones escuchar retazos de conversaciones. Sólo oía hablar al interlocutor observado, pero su imaginación le atribuía los elementos adicionales con los que inventaba personajes, profesiones e, incluso, situaciones anímicas, con toda probabilidad, sustancialmente alejadas de la realidad.

            Aquella mañana UNO se había fijado en un hombre de mediana edad, unos cincuenta o cincuenta y cinco años, calculaba, algo calvo y con abundantes canas, que había ocupado un asiento en el banco opuesto, casi enfrente de él. El hombre vestía un traje color marrón y una camisa crema con corbata. Sus zapatos eran asimismo marrones y aunque en conjunto su vestimenta parecía de calidad, el estado en que se hallaban las prendas denotaba un cierto descuido, como la persona que hubiese realizado un viaje de ida y vuelta en la misma jornada y no se hubiese podido cambiar en muchas horas: arrugas en los pantalones, la corbata no estaba bien anudada y en el borde del cuello de la camisa se adivinaban rastros de suciedad.

            Se le notaba un tanto inquieto. Agitado. Leía absorto unos papeles que sacaba de un gran sobre blanco, cuyo membrete UNO no alcanzaba a distinguir desde aquella distancia y que introdujo, una vez leídos, en una vieja cartera de piel que mantenía abierta a su lado. En un momento determinado el hombre se echó  hacia atrás, recostando su espalda en el banco, cerró los ojos y suspiró, como en un gesto de cansancio. Parecía meditar sobre el contenido de aquellos papeles, como si lo escrito en los mismos le hubiese causado una enorme impresión.

            En un momento dado, el desconocido abrió los ojos, como si despertase de un mal sueño y se le quedó mirando. UNO se sintió incómodo, como si hubiese sido descubierto en su secreta observación y apartó la vista, enfrascándose en la revista que tenía en sus manos. Le siguió observando a hurtadillas, mientras cambiaba de posición fingiendo buscar mejor iluminación para la lectura. Se disponía a continuar con el juego cuando anunciaron por la megafonía el embarque del vuelo. UNO se levantó  y recogiendo su maletín se dirigió hacia la zona de salidas.

            El teléfono portátil del hombre sonó en el momento en que UNO pasaba frente a él.

 

            Hacía ya un buen rato que DOS se sentía observado por el desconocido que se sentaba frente a él. Comenzaba a incomodarle la actitud de aquel individuo, al que no recordaba haber visto jamás. La información que acababa de leer le había sumido en una gran agitación. Se daba cuenta de que, no por menos esperada, había quedado muy impresionado por la confirmación de sus sospechas. ¿De qué manera su futuro inmediato iba a verse alterado por el significado de los documentos que contenía aquel sobre y que guardaba en su cartera?

            De pronto, UNO se levantó y pasó junto a él.

            El teléfono móvil de DOS sonó en ese momento.

- ¿ Diga? - ¡Ah! – Eres tú, TRES.

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- No. No estoy en la ciudad. Pero regreso hoy mismo. Esta noche.

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- Creo que lo mejor será que nos veamos mañana en la oficina. Yo también tengo que comunicarte algo importante. Hasta mañana. Buenas noches.

            Con gesto distraído, DOS guardó el teléfono en el bolsillo y tomando la cartera se dirigió hacia la puerta de embarque de su vuelo, que hacía unos momentos habían anunciado.

            Mientras entregaba su tarjeta, advirtió que el hombre que le observaba en la sala de espera se hallaba entre los pasajeros que iban a compartir su destino.

 

            TRES colgó el teléfono y se reclinó en la butaca del despacho. Repasó la breve conversación que había mantenido con DOS,  tratando de imaginarse cual podría ser el asunto de importancia que aquel le había anunciado tratarían al día siguiente. Las cosas en la empresa no funcionaban ni medio bien en los últimos tiempos y pensó que tendría algo que ver con el bache que atravesaban. No acababa de comprender bien el repentino viaje de su socio. Por lo general planeaban juntos los desplazamientos de cada uno para cubrir, con la presencia de uno de ellos, los asuntos de la oficina, pero, en aquella oportunidad, DOS se había trasladado a la capital sin advertirle y sin darle la más mínima explicación de los motivos del viaje.

            En aquel momento llamaron a la puerta del despacho y su secretaria le anunció la visita de CUATRO, la esposa de DOS.

           TRES rodeó la mesa y acudió a recibirla, en presencia aún de la empleada, que mantenía la puerta abierta. La saludó, educado, tendiéndole la mano, que CUATRO estrechó.

            En cuanto quedaron solos, la mujer se echó en sus brazos y se fundieron en un beso apasionado.

- Por favor, CUATRO – dijo mientras la apartaba con suavidad – Debemos ser prudentes. Mi secretaria puede entrar en cualquier momento.

            La mujer se sentó en una de las butacas, mientras encendía un cigarrillo con ademanes nerviosos.

- Perdóname – dijo – Necesitaba verte. DOS ha desaparecido. Anoche no durmió en casa.

- Tranquilízate mujer – respondió TRES -  Acabo de hablar con él y regresa esta noche. También yo he estado preocupado. Al parecer, ha debido de efectuar una gestión importante en la capital. No me ha adelantado nada. Sólo que mañana nos encontraremos en el despacho para hablar del tema que, al parecer, es importante.

            DOS y TRES  compartían aquella empresa. DOS, bastante mayor que éste, la había fundado unos años antes invirtiendo en ella todos sus conocimientos, su entusiasmo y casi todo el patrimonio de su mujer. TRES aportó su recién estrenado título y su ambición.

            Gracias al esfuerzo de DOS, el negocio floreció con rapidez, aprovechándose de la favorable coyuntura y de las múltiples relaciones de TRES, que abrieron puertas infranqueables para su socio, que se dejó llevar hasta límites que rozaban la ilegalidad.

            El enriquecimiento fue cuestión de pocos años.

            La caída que se barruntaba podía ser cuestión de meses, incluso de días.

            Por aquellas fechas, además de las numerosas deudas,  los dos socios compartían también a CUATRO.

            CUATRO ignoraba por completo la situación económica por la que atravesaban y ni a DOS ni TRES les interesaba que ella conociese la misma. Al primero porque su ignorancia permitía seguir disponiendo sin dar demasiadas explicaciones del ya menguado capital de su mujer para financiar determinadas operaciones y TRES necesitaba, aunque hastiado ya, continuar su relación con aquella hermosa mujer, aburrida y desencantada de su matrimonio, que le había permitido convertirse en socio de la empresa sin aportar ni un céntimo, gracias a la influencia de CUATRO sobre su marido.

- Me tranquilizas – dijo CUATRO,  levantándose de la butaca y disponiéndose a salir – Pero es que últimamente noto a DOS muy extraño y a veces pienso que sospecha algo de lo nuestro – le besó con suavidad en los labios - ¿Nos veremos mañana?

- Por supuesto – respondió TRES tomándola del brazo y acompañándola hasta la puerta -  Donde siempre.

 

            UNO había recibido un completo dossier con la información exacta  sobre el trabajo que debía efectuar. Así pues, sabía que las personas que debía de eliminar se encontraban en aquel hotel, donde se veían con regularidad todos los jueves por la tarde. Conocía, así mismo, el número de la habitación. El trabajo que habían realizado sus intermediarios era perfecto. Así daba gusto. Trabajos limpios y sin complicaciones. Sin sobresaltos inútiles.

            Con un maletín en la mano, cruzó con decisión el hall y se dirigió hacia los ascensores, consciente de que no llamaría la atención, confundido entre las numerosas personas que, a aquellas horas, poblaban el establecimiento. Solo en el ascensor y mientras subía, extrajo de su portafolios aquella sofisticada pistola desmontable y ligera que había adquirido unos años antes y que nunca le había fallado. Ajustó a la misma el silenciador y la ocultó en el bolsillo de su abrigo. Saliendo del ascensor, comprobó que no había nadie en el pasillo. Frente a la habitación y ya con el arma en la mano, UNO llamó con suavidad.

- Servicio de habitaciones – anunció.

- Un momento, por favor – respondió al cabo de unos segundos la voz de un hombre.

            TRES abrió la puerta, envuelto en un albornoz blanco.

            El ruido del disparo, amortiguado por el potente silenciador, fue apenas audible. Un pequeño orificio apareció en su frente mientras caía de espaldas sobre la gruesa moqueta.

            UNO comprobó que estaba muerto y escuchó con atención.

            CUATRO apareció de pronto en la puerta del cuarto de baño, con una toalla alrededor de su cuerpo.

- ¿Quién era .... ? – La respuesta quedó incompleta.

            El disparo la alcanzó en el corazón. Cayó al suelo con una ligera convulsión. La remató con un segundo disparo en la sien.

            UNO comprobó que no había dejado huellas, desmontó el silenciador y guardó la pistola en el maletín. Al salir de la habitación colocó en la puerta el cartel de “no molestar” – siempre venía bien ganar algo de tiempo retrasando en lo posible el descubrimiento de los cuerpos – y tomando de nuevo el ascensor descendió directamente al garaje del hotel en donde horas antes había aparcado un vehículo de alquiler. Así le gustaban los trabajos: limpios y sin complicaciones. Los que confiaban en él sabían que era el mejor. Ahora solo le quedaba cobrar su trabajo y regresar a casa. Aquella misma noche.

 

            DOS contemplaba la ciudad a través del amplio ventanal de su despacho. Con actitud sombría repasaba mentalmente los últimos acontecimientos. La tumultuosa entrevista que se había producido horas antes en aquella misma habitación. No dejó apenas opción a que TRES intentase explicarle las últimas operaciones que habían abocado a la empresa hacia una quiebra irremediable. Las múltiples irregularidades, los sobornos, los falsos documentos contables, puestos ahora al descubierto por alguno de sus más importantes clientes, no tenían justificación posible. Y  CUATRO, su mujer. ¿Cómo habían podido traicionarle así?  Era el fin. De su empresa y de su amistad. Que asco de vida. En unas horas todas sus ilusiones se habían venido abajo. Meditabundo, se sentó en su mesa y volvió a leer aquellos informes que había recibido en su viaje a la capital.

            Su secretaria le anunció la visita que estaba esperando.

            UNO entró en el despacho y al reconocer a DOS como el hombre al que había estado observando, víctima de su pasatiempo, en el aeropuerto, se estremeció vagamente. También DOS hizo un amago de reaccionar ante aquella coincidencia. Ninguno de los dos hizo mención al hecho de su fortuito encuentro.

- Bien – dijo DOS – Si ,como me han confirmado,  el trabajo ha sido realizado como se acordó con su intermediario, no me resta más que pagarle – y depositó sobre la mesa un grueso sobre – Le ruego que lo cuente.

 

            En silencio UNO contó los billetes y al finalizar se dirigió por primera vez a DOS.

- Es más de lo acordado – dijo.

- La cantidad que sobra servirá para pagar el resto del encargo –contestó DOS – Esta última parte es una petición mía directa – continuó –  Acaban de diagnosticarme una enfermedad incurable y me han confirmado unos pocos meses de vida. Días sólo antes de que aparezcan los dolores. Sinceramente, prefiero una bala a la morfina – Le miró fijamente a los ojos – Usted es un profesional. Sé que me ayudará – Y le tendió la mano.

            UNO  dudó unos instantes, mantuvo la mirada y finalmente estrechó la mano que se le tendía.

- Gracias -  dijo DOS.

 

            Resultaba un juego fácil con que entretener las largas horas en que, por su profesión, se veía obligado a permanecer en las salas de espera de los aeropuertos. Se trataba de sentarse cerca de cualquier persona elegida al azar y que, como él, aguardaban la salida del avión. Tan cerca como permitiesen el observar todos los detalles de la vestimenta, los accesorios, el equipaje de mano que pudiesen llevar consigo y con estos ingredientes confeccionar un imaginario retrato robot de dicha persona. Como últimamente casi todo el mundo utilizaba teléfonos móviles, el hecho de poder escuchar la mitad de algunas conversaciones, obviamente sólo se oía hablar al interlocutor observado, proporcionaba elementos adicionales con los que, y con un mucho de imaginación, inventaba personajes, profesiones de los mismos e, incluso, situaciones anímicas, con toda probabilidad, sustancialmente alejadas de la realidad.

             Sí. Absolutamente alejadas de la realidad.

 

 

 

 

 

 

 

Uno, dos, tres, cuatro

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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